martes, octubre 06, 2009

PENEDO DA SILVOSA

José Pillado Cruces, conocido por Penedo da Silvosa contaba muchas historias en la taberna de Silleda a donde iba a echar la partida. De gran parte de ellas había sido testigo, -por ejemplo, en Barbastro, cuando fue a hacer el servicio militar-, o en Zaragoza, donde remató sus estudios de sastre con un cojo muy famoso especializado en chaqués para novios. ¡Lástima que en Silleda no se usase el chaqué, que Penedo había aprendido muy bien la ciencia del corte en Zaragoza! Cuando Penedo llegó a Barbastro, andaba la población revuelta , que en los montes cercanos había sido visto uno como oso, sólo que con grandes cuernos, y que era muy corredor. Las gentes temían salir a la atardecida al campo , porque alguien había dicho que el tal oso, o lo que fuese, había estado, de la parte de Francia, donde había dado muerte y devorado a la mujer de un gendarme, que le llevaba a este la cena al puesto fronterizo que guardaba. Penedo fue uno de los voluntarios que salió al monte a la busca y captura de la bestia, de la que un sargento andaluz decía que no venía en los libros, y que a lo mejor era una cría perdida del abominable hombre de las nieves. La bestia no fue encontrada, pero una Junta de Damas que había en Barbastro, les dio a los cazadores voluntarios una merienda. Penedo, con las copitas de vino dulce, se animó y se arrimó un tanto demasiado a la dama que estaba sentada a su lado. Esta, que también había bebido sus copas, se dejaba querer. Era una cincuentona muy pomposa, la cual, golpeando con su rodilla la rodilla de Penedo, le dijo casi al oído:

¡Se ve que eres un valiente!

La cosa no pasó de ahí, aunque Penedo, contando, guiñase un ojo a los contertulios. También contaba Penedo que en Zaragoza le había hecho a la señora de un concejal los primeros pantalones que una mujer decente había usado en la capital maña. Le había tomado las medidas con mucha delicadeza, que hay que ser muy mirado en sastrería con las mujeres, por decoro del oficio, y más todavía con las aragonesas que son de genio pronto. Penedo, después de pensarlo un poco, se decidió a sujetar la cinta métrica con pinzas, y a sí no acercaba los dedos a la cadera de la señora, ni a la cintura, ni siquiera al tobillo, tomando los anchos de abajo de la prenda, El sastre que lo empleaba lo felicitó por aquella delicadeza, y comentó:

¡No sabía que fueran tan finos los gallegos!

Estando en Zaragoza, el ayudante del sastre maestro, que se llamaba Juvenal, lo invitó a su casa una sesión de espiritismo. Por aquel entonces se había cometido un crimen en Huesca, por celos, y todos querían hablar con la viuda difunta para que dijese quien fuera el matador. Por fin, allá a las doce de la noche y cuando ya iba una hora larga de sesión, respondió la viuda. Dijo claramente:

-¡Que me mata el gallego!

-Todos miraban para mí -contaba Penedo-, pero yo podía probar que el día del crimen estaba en Zaragoza. Luego se supo que el criminal fuera un chulo llamado Fortunato Gallego Juncal, que pintaba baturros en las botas que compraban los turistas, llenas de vino de Cariñena. Penedo comentaba:

-Volve un vivo á casa de puro miragre!


Autor: Don Alvaro Cunqueiro.

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